En la vida real ya existen
en otros partidos, y en el propio PRI; Para crecer y llegar a la máxima
posición es que se metieron a la política quienes se han soñado
disfrazados como lo hace Gustavo Madero en las fiestas patrias, con la
banda tricolor.
¿A quién fue dirigido el discurso sabatino de Peña Nieto en
torno a la primacía del proyecto de nación sobre los personales
pronunciado en el evento de cuasi despedida de César Camacho como líder
nacional del PRI?
¿A los personajes de otros partidos, como Margarita Zavala, Andrés
Manuel López Obrador, Gustavo Madero y Jaime “El Bronco” Rodríguez, que
ya andan en campaña, o a los de casa, los secretarios de Hacienda y
Gobernación, el jefe de la Oficina de la Presidencia, los coordinadores
de las bancadas priístas en el Congreso o a algunos gobernadores, como
César Duarte?
Los conocedores suponían que la ocasión sería aprovechada para dar el
banderazo de salida a quienes buscan suceder a César, pero fuera de la
alusión a la ejemplar conducta de los priístas, que, a diferencia de
políticos de otros partidos, se conducen pensando, primero, en el país y
no en ellos mismos, nada hubo en las palabras de Peña Nieto, o en las
de Camacho, que diera esperanzas, o pistas, a quienes se han apuntado, o
han sido apuntados, en la lista imaginaria para dirigir al PRI que
todos manejan, pero que nadie conoce porque de existir, sólo está en la
mente del Presidente o del asesor a quien encomendó resolver el
problema.
El discurso es perfecto; el problema es que, en la vida real, los
proyectos personales para el 2018 ya existen en otros partidos, pero
también en el PRI.
Lo ideal sería que, como dijo el Presidente Peña Nieto, en el
partido en el gobierno sólo existiera un proyecto de nación, y no las
ambiciones personales, pero la realidad es que en su círculo íntimo, y
hasta en la casona presidencial, priman los proyectos futuristas sobre
cualquier otro, inclusive el del propio mandatario.
Peña Nieto lo sabe, a menos que quienes lo rodean hasta la asfixia lo
hayan convencido de que sólo trabajan para él y para el país, y no para
ellos mismos.
Además, por donde se le vea, no equivale a traición ni a pecado
capital que Luis Videgaray, Miguel Osorio Chong y Aurelio Nuño trabajen
en su propio proyecto personal, como tampoco traicionarían Alfonso
Navarrete, Emilio Chuayffet y hasta José Antonio Meade y Enrique
Martínez y Martínez si también lo hicieran, pues para sacrificarse por
el pueblo, como dice el discurso, pero también para crecer y llegar a la
máxima posición, es que se metieron a la política.
Con excepción del secretario de Educación Pública, que ya tuvo su
oportunidad y la perdió porque sirvió para que Ernesto Zedillo cargara
sus propias culpas en las espaldas de otro, mentirían todos los arriba
firmantes si negaran que en sus noches de insomnio, en la plática íntima
con el ser amado o frente a un trago de whisky, no se han soñado
disfrazados como lo hace Gustavo Madero en las fiestas patrias, con la
banda tricolor cruzando su pecho.
Peor aún (y esto si debe preocupar a Peña Nieto), alguno o algunos
deben razonar en su fuero interno, cuidándose de cámaras y micrófonos,
que si él pudo, por qué ellos no.
Es, también, apenas normal que el empleado, que no es otra cosa el
servidor público, así sea el de más alto nivel, analice el futuro desde
una perspectiva diferente al observador común y corriente.
TODO ES CULPA DEL JEFE
Conoce o cree conocer a su jefe, e incluso lo menosprecie; a partir
de este supuesto debe culparlo, incluso, de sus propias fallas. Es común
que una vez concluidos los sexenios, los subalternos se justifiquen a
costillas de quien les dio la oportunidad.
“Tú sabes cómo es, limitado y, además, no escuchaba; se subió al
ladrillo. Yo le aconsejaba, pero él decidía; se dejaba influenciar por
el último que le hablaba”, son algunas de las frases más usadas de los
servidores de anteriores sexenios. No hay quien reconozca la
responsabilidad propia: Toda culpa es del jefe.
Eso sí, nadie se atreve a decirlo mientras el Presidente está en
funciones porque saben que el poder del mandatario es absoluto hasta el
último segundo.
Contra lo que se crea, el liderazgo nacional del PRI no es la mejor
plataforma futurista. Sólo Roberto Madrazo pudo usarla para apoderarse
de la candidatura del PRI: Su ambición no tuvo medida; no le bastó
crucificar al contrincante que de manera legal lo habría derrotado,
sino que para mantener el control del partido no dudó en violar la no
reelección imponiendo a Mariano Palacios Alcocer con la complicidad de
César Augusto Santiago.
Pero Madrazo pudo hacerlo porque en Los Pinos habitaba un Presidente
panista; hoy, la situación es diferente; el mandatario es priísta.
Además, Peña Nieto vivió el episodio madracista, y el suyo propio.
Es probable que en la nueva era priísta, la de Peña Nieto, el
liderazgo nacional del PRI sirva para algo más que servir al Presidente,
pero, por lo pronto, quien suceda a César Camacho tendrá derecho,
también, a empujar su proyecto personal… como los demás, a condición de
no olvidar que en Los Pinos está el jefe, a menos que el nuevo líder
responda a otros intereses irresistibles, como los de Videgaray, Osorio o
Nuño.
Ahora que César puede platicar a su sucesor qué tan poderosa puede
ser su oficina: Él tenía que acordar con Nuño y las listas de candidatos
a diputados plurinominales se elaboraron, en mucho, sin estar él
presente.
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